sábado, 15 de diciembre de 2012

Prisioneros

Pobre de aquél sumido a los mandatos. Del que obedece y baja la frente o del que se revela y paga consecuencias. Pobre de todos. Libertad proclaman aquellos que abonan sus raíces a una sola tierra para quedar plasmados, irónico -cuando sus risas ya están divorciadas de la vida y por cortesía alegan un pacto de bien. Así ronda el sarcasmo en algún jardín interior o en yacimientos de cemento decorados con ornamentos verdes. ¿No querrán los árboles crecer en medio de un bosque a estar estacionarios en un lugar que no le corresponde? Plazas, urbanizaciones, edificios… vaya cárceles sin candados.

Es allí donde tanto flora, fauna y personas se despiden de sus años, del invierno y el verano. Resignada posa aquella orquídea que maquillada en colores decora la mesa de centro en la oficina de un médico. Ella no pertenece allí. Valientes son los perros que no se les recompensa por la vigilancia que ofrecen en mansiones y casas. Ellos no son meramente guardianes. Brutos todos los que firmamos el contrato de permanencia al estancamiento sentados en un escritorio, pues perder la libertad no es ser fichado o dormir tras barrotes. 

Se trata de tener una veintena de números pares para cuadrar entre nóminas y horarios y aprovechar las sobras entre días feriados. De aprender el "Buenos días", "¿Cómo puedo ayudarle?" y "Gracias. Vuelva pronto", simplemente por civismo. Somos como hielo bajo el sol sin darnos cuenta. Prisioneros de decisiones, atados a consecuencias. Quizás la parte más viva del universo, pero también la menos libre.

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