La posada de los momentos

¿A dónde se van los momentos? Pasan y se desaparecen. Emigran a otras personas para que tengamos las mismas experiencias. Juegan a las escondidas mientras contamos del uno al cien pegados a la pared. Se esfuman para que nadie sepa de ellos. 

No. Los momentos no se despiden. Porque son recuerdos, memorias, historias esperando ser contadas, versos sin ser poetizados, números por contar. Son nómadas que siempre vuelven a su hogar, su origen… nosotros. Los momentos van a descansar en los viejos álbumes de fotos. Los que solo se abren cuando tenemos visita. Los momentos van pero vienen. Tienen efecto propio de ‘boomerangs’ cada vez que cerramos los ojos y pensamos. Cuando en una lágrima brotan y desbordamos sentimientos o cuando el reloj casi marca las 12 el 31 de diciembre de cada año y por naturaleza hacemos un resumen. No importa si fue bueno o fue malo, siempre deseamos que el próximo sea mejor. 

Los momentos se van, pero siempre vuelven. Nunca se estancan sobre la izquierda del tiempo. Viajan lejos y quizás hagan escala, pero nunca rechazan su umbral. No son huérfanos de patria. Los momentos transitan en círculos. Regresan, retornan, vuelven y reaparecen cuando escribimos o cantamos. No hace falta amuletos ni objetos que nos ayuden a recordar, pues de nada sirve cuando es imposible olvidar. Son como reconciliaciones entre amigos, siempre pasan. Son parientes del cinismo, vecinos del civismo y colegas del sentimiento. Los momentos no abandonan porque no se olvidan y llegan a casa cuando leemos sobre ello y nos da por recordar. Justo ahora.